La llamada, y no es la canción de Leiva.

Imagen obtenida de la web ultimahora.es

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Todas las semanas mataban el tiempo con alguna llamada al 1-1-2. Simulaban una emergencia y se escondían para ver como policías y ambulancias se desesperaban buscando a las víctimas.

Para ellos era solo un juego, pero esta noche todo cambió.

Ya habían llamado al 1-1-2 simulando un accidente pero Antonio insistió en hacer una última llamada antes de regresar a sus casas.

Los cuatro amigos aceptaron, llamaron y aguardaron agazapados en la azotea de un deteriorado y gris edificio, para contemplar su hazaña.

Y esta no tardó mucho, unos minutos después de realizar la llamada, algunos coches de policía y una ambulancia se presentaron en el supuesto lugar del incidente.

Comenzaron a dar vueltas por las calles aledañas buscando a una supuesta víctima por apuñalamiento.

Los amigos, seguros desde su lugar privilegiado, se miraban, reían y murmuraban «¿pero cómo pueden ser tan tontos?», «siempre pican».

Los minutos pasaron y la ambulancia, como suele ocurrir, avisó al centro coordinado de urgencias para explicarle que en la dirección donde les había indicado no había nadie. Unos segundos después, la ambulancia puso rápidamente rumbo a otro destino con luces y sirenas, y a los amigos se le acabó la fiesta.

Entonces aprovecharon para salir del edificio y emprender como triunfadores el camino de regreso a sus casas.

Aquellos muchachos de pantalones empitillados, camisas ajustadas y pelos engominados, caminaron durante 20 minutos regocijándose de sus triunfos.

Cuando llegaron a la casa de Antonio, la ambulancia y la policía estaban en la puerta.

Los amigos sorprendidos pensaron que les habían pillado.

Antonio, agachó la cabeza y desde un segundo plano, se quedó observando la escena.

De repente vio a su madre llorando en el suelo, entonces enérgicamente se acercó.

-Mamá, no es para tanto, solo era una broma. ¿Por qué lloras?, seguro que la multa no es para tanto.

Su madre, entre lágrimas le gritó:

-¡Es la abuela Antonio!, se atragantó comiendo, y no pude hacer nada, todas las ambulancias estaban ocupadas y cuando llegaron la abuela ¡ya estaba muerta!, ¡no llegaron a tiempo!, ¡no llegaron a tiempo!

Antonio, durante unos segundos se quedó mudo, paralizado, se dio cuenta del perjuicio que ocasionaron. Luego corrió hasta donde yacía su abuela y se abrazó a ella llorando desconsoladamente:

-¡Lo siento abuela!, ¡lo siento!, ¡era solo una broma! ¡es mi culpa!, ¡era solo una broma!, lo siento.

Y quedó acurrucado junto a su abuela como un niño que pide perdón al darse cuenta del daño ocasionado.

El tiempo pasó, y Antonio recibió una ridícula sanción completamente desproporcionada para las consecuencias de su acción.

Los amigos se distanciaron desde este desgraciado acontecimiento, cada uno encontró otra forma de divertirse y Antonio nunca volvió a ser el mismo de antes.

«El 1-1-2 (Murcia) ya ha recibido en lo que va de año 18.856 llamadas en broma insultantes, además de 89 alertas simulando sucesos inexistentes. Falsos avisos que, sin embargo, obligaron a movilizar efectivos«, Alicia Negre, Diario La Verdad, Murcia, 09 de Septiembre del 2018.

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